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Gilbert Pérez

El Diagnóstico Favorable de Dios

Me voy a morir- dijo Gilbert Pérez tan pronto le dieron el diagnóstico. La confusión y la desesperación llegaron a su vida cuando se encontró con una realidad desconocida. En el verano de 1996 Gilbert fue a donar sangre para la Cruz Roja. Estando en su hogar recibió una llamada de emergencia que le solicitaba regresar a la agencia. Al llegar, Gilbert recibió la noticia de que era VIH Positivo. Un hombre con un matrimonio de 9 años y tres hijos tuvo que enfrentarse a la edad de 29 años con la noticia de su posible muerte.

Al conocer la noticia Gilbert habló con su esposa, Carmen, quien comenzó a sentir mucho miedo, temor al futuro y una profunda desilusión. Nadie está preparado para ese aviso. Bastaba con los problemas familiares que llevaba a la pareja rumbo al divorcio. A pesar de que estos creían ser religiosos, sin asistir a la iglesia, no existía la confianza en Dios. El rechazo y el desconocimiento a la enfermedad provocó que Gilbert no iniciara el tratamiento médico. Por este motivo, empezó a tener efectos notorios en su cuerpo como una exacerbada pérdida de peso, el brotar de un hongo en su garganta y la depresión. La vergüenza que sentía lo llevó a alejarse de su familia y a mentirle a sus hijos. Ninguno de ellos sabía lo que le estaba ocurriendo a papá; solo notaban que ya no era el mismo.

En 1999, Gilbert reconoció que necesitaba ayuda por lo que fue referido a un Centro de Tratamiento. Un día salió de su tratamiento y un capellán, Sr. Cástulo, se le acercó y le preguntó si deseaba realizar la confesión de fe. Abierto a buscar opciones que lo libraran de su enfermedad, Gilbert aceptó dicha oración. Un mes después todo continuaba igual hasta que se encontró nuevamente con el capellán.  – “Ven acá, que veo algo diferente en ti. Debes buscar una iglesia que tenga al Espíritu Santo.” dijo el capellán. Gilbert dispuesto a buscar opciones fue a una iglesia y no volvió. Regresó a su evaluación médica, pero esta vez con un psiquiatra. Las recomendaciones médicas estipulaban que debía ser internado. No obstante, con mucho enojo Gilbert exclamó: “¡Si Dios no me sana nadie me va a sanar!”

Tiempo después, su hija los invitó a Casa de Restauración, Fe, Palabra y Presencia donde conocerían al Dios Rafa. En esta iglesia se declaraba la sanidad, pero Gilbert incrédulamente resistía esa palabra. Cómo creer si diariamente debía tomar alrededor de 20 medicamentos y sin mencionar que hace unos años no contaba con un empleo. Todo esto provocaba que Gilbert expresara: “No veré a mis hijos ni a mis nietos crecer”. El 2003, el primer año en la iglesia, Dios comenzó a libertar a Gilbert de una mente cautiva al cigarrillo, la marihuana, el alcohol y el hablar malas palabras.

La palabra de Dios comenzaba a hacer el efecto para lo cual había sido enviada. Por consiguiente, Gilbert se comenzó a acercar al Obispo José Padua y a tomar las recomendaciones hechas por el hombre que lo dirigía. De modo que, empezó a hablar de Dios en sus citas médicas, llevaba consigo los libros del Obispo y dialogaba sobre lo que Dios hizo. El deseo más profundo en el corazón de Gilbert era ver a su familia crecer. Solo Dios conocía lo que había en su corazón. Por eso, Dios utilizó al Obispo José Padua para dejarle saber que su deseo estaba en la voluntad del Padre, profetizando: “Dios te va a sanar y vas a ver tus nietos y bisnietos”.

El incremento de su fe era notorio hasta fue demostrada en el consultorio médico cuando Gilbert, sin temor, le dijo a la Dra. Pérez: “Yo estoy sano porque la biblia lo dice”. La doctora lo miró por encima de sus espejuelos y no dijo nada. Al pasar los días la convicción de Gilbert fue tan grande que Dios lo sanó. Dios provocó la sanidad de manera progresiva. Dios tuvo que sanar su mente y corazón para que comenzara a ver claramente que su confesión tenía poder: “¡Si Dios no me sana nadie me va a sanar!” Como el ciego de Betsaida comenzó a ver hombres como árboles, así Gilbert comenzó a ver que su fe conectaba a otros a Dios, tanto así que su doctora recibió a Jesús en su corazón. Por fin, Gilbert conoció el diagnóstico favorable de Dios;  ver su sanidad manifestada, su matrimonio y su relación con sus hijos restaurada y la libertad de continuar sirviéndole al Dios Rafa.